Tomálo con calma, esto es dialéctica pura
¡Te volverá a pasar tantas veces en la vida!
Y yo decía, ¿te acordás?
Empezar a pintar todos los días
Sobre el paisaje muerto del pasado
Y lograr cada vez que necesite
Nueva música nueva, en nuevo piano
Vos ya podés elegir el piano, crear la música de una nueva vida
y vivirla intensamente
Hasta equivocarte otra vez, y luego volver a empezar
Y volver a equivocarte, pero siempre vivir
¡Vivir intensamente!, ¿por qué sabés que es vivir?
Vivir es cambiar.
Escucho el tango de Goyeneche por enésima vez. Suena desde esa playlist que confeccioné hace 6 años ya, en otro momento del estilo. Otra oportuncrisis. Recorro un camino personal conocido, aunque no es el mismo. El circuito se parece a lo atravesado antes y, al mismo tiempo, no.
No es un círculo de repetición infinita; se parece más a una espiral ascendente. Visito lugares que ya frecuenté, lloré y acepté, pero los encaro distinto. Soy otra. Ya dejé de justificar por qué quiero lo que quiero. Esta sencilla actitud termina expulsando de mi vida aquello que ya no tiene que ver con la que vengo siendo.
Es un devenir constante. Me río cuando recuerdo que, brevemente, me comí el verso de la estabilidad. Todo pende de un hilo. Todo puede cambiar de un momento a otro, especialmente si tenés el olfato suficiente como para comprender tu propio deseo (o la falta de él).
Cito a Pessoa mentalmente; lo parafraseo: “es hora de abandonar la ropa usada que ya tiene la forma de nuestro cuerpo”. Me queda chico lo que llevo puesto; ni siquiera sé por qué lo estuve eligiendo. Quizá sea costumbre, quizá me sentía cómoda en la incomodidad. No deseo perder el tiempo cuestionando el timing de mis decisiones (son resabios de mi versión más autoexigente). Hice lo que pude con lo que tenía. Con la que estoy siendo ahora, puedo disponer distinto. Puedo elegir a consciencia cómo quiero diseñar el tiempo limitado que me toca en la Tierra.
Accionar desde la incertidumbre
Llegó noviembre y, de golpe, también el otoño. Después de varios días de calidez inusitada, e improbable en octubre en Londres, se hicieron presentes la lluvia constante y el viento implacable. Cada vez que me preguntan si el clima acá es tan terrible como se cree, siento que cualquier respuesta se queda corta para describir lo abominable que puede lleg…
Pasaron tres años desde mi newsletter sobre el superpoder de ser flexibles. Sigo dedicando un gran porcentaje de energía a entrenar mi cerebro para que acepte lo que es, sin pelearse con la realidad. La buena noticia: el ejercicio funciona. Hoy que es momento de mutar nuevamente, no siento miedo. Lo que aparece es una profunda tristeza por lo que se va, al mismo tiempo que me inunda la emoción por lo que se viene. Ya entendí esta ambivalencia humana: estar vivo implica poder albergar ambos sentimientos a la vez. No hay uno sin el otro, por mucho que nos empeñemos en sanitizar nuestras experiencias y despojarlas de toda emoción incómoda.
Este es mi camino. El que yo elijo. Nadie me puso acá ni me obliga a vivirlo de equis manera. Pero los pensamientos son muy forros e insisten en recordarme lo que yo creí que sería mi vida.
No llegó el destino que creía merecer.
Me tocó uno mejor.
Me pongo poética y me avergüenza. Escribo en verso, confirmando que es la mejor manera de expresar lo que nos abrasa las entrañas. Le hablo al barrio, a estas cuatro paredes, a los micro-rituales que establecí en la casa de la calle Elmer:
Adios a los rosales de Mountsfield Park.
A los viernes de jerk chicken frente a la estación de tren.
A la compra semanal en Lidl y al cine en español en Battersea.
No siento remordimientos (eso es lo bueno de darlo todo). No miro para atrás (eso es lo bueno de no apurarse en las elecciones). No me asusta el futuro (eso es lo bueno de construir cimientos internos fuertes). No le debo explicaciones a nadie (eso es lo bueno de rozar los cuarenta años).
Construí una libertad que mi Abuela ni pudo imaginar. Sin dudas, empero, tengo claro que fue el sueño de Mamá. La puedo ver, casi, te juro. Está sentada en el sillón azul afelpado donde creí recibiría a mi familia. Asiente con la cabeza cuando le explico mi decisión. No sonríe pero se le nota el orgullo. Dialogamos sin palabras, sin cuerpos, fuera del tiempo-espacio. Me recorre una profunda paz, entre la tristeza. Ambas sabemos que nací para ir a por lo que creo merecer.
Me relajo. Confío.
Aparecen mis talentos a salvarme. Los de siempre, los mismos que me ayudaron durante la infancia. Canto y bailo y leo. Y escribo.
Escribo, más que nunca, porque el registro de mi propio proceso es un salvavidas que le tiro a mi Yo del futuro. No sé que me depara el destino (nadie, nunca), pero confío en los mensajes que puedo ir sembrando para mí misma. Como Hansel y Gretel, yo también marco un sendero de regreso a casa. No uso miguitas de pan, sino palabras. Las escribo para que no se las lleve el viento, para no olvidarme, para releerme en unos años y reconocerme de lejos. Para asentar la transformación. Para celebrarme.
No sé mucho de casi nada, pero me enorgullece poder decidir con la incertidumbre a cuestas.
Seguiré mutando una y otra vez, en sintonía con la versión de mí que disfruto ser en cada etapa.
Me estimula imaginar la forma que ya está tomando mi devenir.
¿Cómo era que decía? "No te olvides". Bueno, eso.
El resto siempre entre mate y mate, entre palabras y palabras, entre abrazos y abrazos.
No se quién dijo eso de que "lo mejor está por venir", pero como escribió Gustavo "Ahí vamos".
Me cuestan los cambios, me cuesta la vida, pero ahí sigo soportando la embestida, sosteniendome como puedo apoyada en lo digno de no traicionarme y en los que nunca tendrán el peso de haberme salvado, pero que de seguro ya lo saben, mis ojos me delatan cada que el miedo insiste en frenarme y en convercerne que después de perder...ya no queda nada